El inmenso gris cubría el cielo como una mancha apática y sin vida plasmada en el lienzo de un pintor. Por el contrario, el firme suelo rebosaba de vida… el color en todas sus expresiones bañaba la tierra de alegrías… miradas celestes, y esmeralda, labios carmesí, cabellos castaños y cobrizos, pieles doradas y sentimientos violeta matizaban en perfecta sincronía un universo utópico…
Una perfecta armonía que robaba de los brazos de la muerte una sutil e instantánea sonrisa esbozada por un aciago ángel que desde la inmensidad de sus pensamientos, observaba con una tranquilidad absoluta la belleza que lo rodeaba… pero que no era capaz de infectarlo. Una cadavérica mano sostenía el rostro carente de vida de aquel ser, quien con unos ojos cargados a reventar de melancolía se limitaba a observar el desfile de ninfas, ángeles, sucúbus y demás bellezas que atestaban la tan perfectamente llamada “ciudad de la eterna primavera”; pues flores de mil colores y formas inducían al amor y el deseo a cualquier sátiro solitario que se pasease por sus calles. Cualquier hombre o intento de este podría sentirse en el paraíso, al estar rodeado de un sin fin de bellas mujeres en todos los estilos posibles. Pero aquel melancólico espectador era la excepción a la regla… pues había perdido el instinto de lobo conquistador que en antaño había logrado tocar el corazón de una Diosa. Ahora, en este tiempo… la soledad era su fiel amante y el sin pensarlo ni quererlo se había convertido en su decadente esclavo.
El tiempo transcurría a expensas de ser visto ante la mirada inmutable de aquel poeta, que permaneciendo sentado en sus pensamientos, observaba un universo tan perfectamente creado que era difícil de asimilar. La manera en que había llegado a aquella ciudad no había sido la mas ortodoxa, pero si la ideal para descubrir la cara atractiva que Medellín le mostraba.
Una bocanada de humo nubla los pensamientos de aquel ser, devolviéndolo a la tierra y dándole de nuevo el control de las cosas al inalcanzable tiempo… “La belleza no puede ser vista, simplemente besada”; fueron las palabras que recordó el poeta, y como acto reflejo, cerró sus ojos y se dedico a sentir ciegamente, manteniendo una eterna mirada de agradecimiento para con aquella ciudad que le devolvió la austera vida que el creía perdida.
Una perfecta armonía que robaba de los brazos de la muerte una sutil e instantánea sonrisa esbozada por un aciago ángel que desde la inmensidad de sus pensamientos, observaba con una tranquilidad absoluta la belleza que lo rodeaba… pero que no era capaz de infectarlo. Una cadavérica mano sostenía el rostro carente de vida de aquel ser, quien con unos ojos cargados a reventar de melancolía se limitaba a observar el desfile de ninfas, ángeles, sucúbus y demás bellezas que atestaban la tan perfectamente llamada “ciudad de la eterna primavera”; pues flores de mil colores y formas inducían al amor y el deseo a cualquier sátiro solitario que se pasease por sus calles. Cualquier hombre o intento de este podría sentirse en el paraíso, al estar rodeado de un sin fin de bellas mujeres en todos los estilos posibles. Pero aquel melancólico espectador era la excepción a la regla… pues había perdido el instinto de lobo conquistador que en antaño había logrado tocar el corazón de una Diosa. Ahora, en este tiempo… la soledad era su fiel amante y el sin pensarlo ni quererlo se había convertido en su decadente esclavo.
El tiempo transcurría a expensas de ser visto ante la mirada inmutable de aquel poeta, que permaneciendo sentado en sus pensamientos, observaba un universo tan perfectamente creado que era difícil de asimilar. La manera en que había llegado a aquella ciudad no había sido la mas ortodoxa, pero si la ideal para descubrir la cara atractiva que Medellín le mostraba.
Una bocanada de humo nubla los pensamientos de aquel ser, devolviéndolo a la tierra y dándole de nuevo el control de las cosas al inalcanzable tiempo… “La belleza no puede ser vista, simplemente besada”; fueron las palabras que recordó el poeta, y como acto reflejo, cerró sus ojos y se dedico a sentir ciegamente, manteniendo una eterna mirada de agradecimiento para con aquella ciudad que le devolvió la austera vida que el creía perdida.
OdrA
